febrero 12, 2006

¿Educar niños o ser educados por los niños?

Por todos es conocido el gran saber popular referente al fútbol y a la política, donde basta haber asistido a un partido o votado en unas elecciones para conseguir derecho de cátedra. Sobra decir que los conocimientos, experiencias o formación que se tenga en dichas materias es absolutamente irrelevante respecto a la vehemencia o extensión de la argumentación empleada.

Existe al menos un tercer tema que también levanta pasiones encontradas entre la población, donde resulta difícil encontrar persona alguna que se ahorre sus pensamientos al respecto y para el que los estudios realizados, la documentación existente o la formación de que se disponga es pura anécdota: la educación de los niños.

Todo el mundo está dispuesto a opinar. Resulta muy ameno especular sobre diferentes métodos educativos y el papel de las instituciones para frenar la osadía de los nuevos infantes, sobre los escandalosos monstruos que están surgiendo fruto de padres pusilánimes que no saben cómo encauzarlos por el buen camino. Se discute sobre su alimentación, sobre cómo deben vestir, cómo dormir o qué hacer cuando dicen su primer taco, si filmarlo para el recuerdo o lavarle la boca con jabón... eso sí, un jabón aséptico específicamente comercializado para ese propósito, que somos padres modernos.

Afortunadamente no es frecuente que los padres participemos en tales discusiones. Como nos sobra el tiempo, preferimos dedicarlo a escuchar atentamente lo que nos dice la familia (madres, padres, suegras, suegros, hermanas, hermanos, cuñadas, cuñados, abuelas, abuelos, tías, tíos, primas, primos, sobrinas, sobrinos, y demás figuras políticas y no tan políticas, incluso el perro parece ladrar con más insistencia), las amistades, casi tan deseosas como tú por probar qué es eso de ver crecer a una criaturita tan angelical, pero desde la barrera, digo, desde la barra del bar y, finalmente, cualquiera que se te cruce en el camino, ya sea en el supermercado, en la farmacia, en la delegación de hacienda (¿se ponen, por fin, en contexto?) o esperando un semáforo. Menos mal que tan variada gama de consejos nos permite tener siempre al niño correctamente arropado, detectar cuándo tiene sueño o hambre, e incluso cuándo requiere un cambio de pañales.

El problema, ¡ay! es que no siempre hay consenso. ¿A quién debe hacerse caso entonces? Porque cuando el niño huele mal, es fácil aprender lo que corresponde hacer, pero cuando llora, cuando se queja, cuando protesta, cuando muerde, cuando golpea, ¿cómo hay que reaccionar?

Hay quien dice que según qué cosas les hagamos, podríamos estar condenando a nuestros hijos a la desdicha y la infelicidad eterna, y que tal condicionamiento puede germinar desde que son bebés.

Sin ir más lejos, la célebre escritora Lucía Etxebarria se suma la pléyade de autores que aporta sus conocimientos sobre los niños. Aunque sus escritos me producen una irregular satisfacción, merece la pena destacar sus últimas contribuciones en el “magazine” de “La Vanguardia (domingo 12 de febrero de 2006)” donde expone su enérgica postura contra el cachete al niño. Habla de Savater, Marías y Mendoza como defensores de tal medida coercitiva, haciendo alusión a su inexperiencia como padres. Frío, frío. Lo compara con la agresión contra las mujeres. Caliente, caliente. No creo que le cueste encontrar famosos con uno o muchos hijos que practiquen el azote creyéndose no sólo autorizados para ello, sino incluso orgullosos. Me resulta más difícil que localice celebridades que quieran reconocer que golpean a mujeres por mucho que, como bien sabemos, sigan existiendo.

Además de la Sra. Etxebarría, existe otra sería de profesionales que también exponen sus ideas sobre cómo tratar a los niños. Entre tanta gente como vive en nuestras ciudades de hoy en día, no es difícil encontrar médicos que han atendido a miles de niños, y que saben lo que es mejor para nuestras criaturas. Sus estadísticas así lo afirman, y las excepciones son cuidadosamente documentadas para colmar la curiosidad y admiración de los colegas.

Con su permiso, citaré cuatro que me han llamado particularmente la atención, los dos primeros por ser los más conocidos entre mis cercanos, y los otros dos a los que accedí de forma más accidental, y que creo más desconocidos, lo cual me parece una lástima, pues me han resultado mucho más interesantes:

Empiezo con el célebre Dr. Estivill, cuyo libro “Duérmete, Niño”, suele recomendarse como el milagro para las causas perdidas, aquellas en que el niño parece disponer de mucha más energía que su madre y padre juntos, especialmente a la hora de irse a dormir. El libro presenta de forma divulgativa los resultados de los estudios del Dr. Estivill y su equipo, cuyas bases pueden encontrarse en “Insomnio Infantil por Hábitos Incorrectos”. El trabajo puede sintetizarse en que los niños requieren hábitos para dormir, y que el proceso debe lograrse de forma autónoma y en la propia cama, sin la ayuda de complementos de los que luego carezca si llega a despertarse por la noche. Tal premisa implica que no son los padres quienes deben dormir a bebé, ni ofrecerle la mano o llevarlos a pasear con el coche a la espera de un balanceo que les facilite el sueño. Estos principios han sido glorificados por muchos, que se han visto renacer al poder volver a dormir decentemente tras muchas noches de insomnio, de irritación, incluso de crisis con su pareja. No hablamos de semanas, ni meses, ya que este tipo de problema puede llegar a prolongarse hasta los tres o cuatro años de edad. Con todo, el método ha sido duramente criticado por fomentar el simple conductismo, como si los bebés fueran monos a adiestrar mediante descargas, no eléctricas, pero sí de indiferencia. Una de las páginas que más abiertamente lo critican es la “Asociación Primal”.

El segundo autor es el también célebre Carlos González, autor del libro “Bésame Mucho”. Ha sido señalado por muchos como una alternativa seria y profesional a la filosofía del Dr. Estivill. Posiblemente el logro más importante del autor sea el de mostrarnos al niño como un igual, el de quitarnos las orejeras de “adultos” y ofrecernos la mirada y los sentimientos del bebé, el de pedirnos, ni más ni menos, que tratemos a nuestros niños como deseamos ser tratados. Algunos de sus detractores, por otra parte, alegan que no siempre con paciencia se pueden pagar las facturas, ni durmiendo a intervalos de tres horas se puede mantener el trabajo, siempre que el niño permita que los padres se vayan a trabajar...

Al final de tanta lectura, muchas de las preguntas subsisten: si el niño no quiere dormir, ¿qué debo hacer?, si no quiere quedarse en la guardería ¿cómo lo razono?, si no desea ir de la mano, ¿hay que atársela a tu muñeca?, ¿y si no quiere comer?, ¿y si empieza a dar vueltas sobre sí mismo tirándolo todo?

Parece que las cosas se complican... Tenemos un destructor en casa.

“Tienes que hacer caso de papá, no seas niño malo” - dice la señora mientras le toma el cachete.

Entonces lo veo claro. Para empezar, trátele de usted, señora, que si el niño le cogiera su cachete, usted no dudaría en llamarle la atención. Un respeto, por favor.

Los otros dos autores son Boris Cyrulnik y Judith Rich Harris. El primero “es neurólogo, psiquiatra y psicoanalista y uno de los fundadores de la etología humana”. Autor de multitud de libros que tratan el desarrollo de la personalidad humana, y las consecuencias de nuestras vivencias en la infancia sobre nuestra vida adulta. Mencionaré “Los patitos feos: una infancia infeliz no determina la vida” que con el título ya lo dice todo, aunque en el enlace pueden encontrar algunas reflexiones que me produjo en su momento, además de la mucha información que se encuentre por la web. La segunda autora ha publicado “El mito de la Educación”, un revolucionario texto que cuestiona una gran cantidad de trabajos recientes relacionados con la influencia de los padres sobre sus hijos. Este trabajo es una extensión de un artículo de la propia autora, probablemente preparado con un carácter más divulgativo, lo cual se agradece pues se basa en una cantidad ingente de fuentes. En el prólogo del libro la autora cita el principio de su artículo que dice:
"¿Tienen los padres algún efecto importante a largo plazo sobre el desarrollo de la personalidad de sus hijos? Este artículo examina las pruebas y llega a la conclusión de que la respuesta es no.”

Parece que la hemos vuelto a liar. De nuevo dos visiones aparentemente contrapuestas. Quizás no tanto. Quizás no baste con leer el resumen de los libros y merezca la pena profundizar en su contenido. Para ser justos, ya que les he dejado un enlace a mi opinión sobre el libro de Cyrunik, también prometo adjuntarles algunos apuntes que me he hecho sobre Harris. Espero que tengamos suficiente material que masticar... de hecho, para mí es una certeza.

¿Qué esperaban? ¿que les diera la solución a sus discusiones de café? Pues me temo que no pienso cargar con esa responsabilidad...

"La infancia tiene sus maneras peculiares de ver, pensar y sentir, y nada hay tan fuera de razón como pretender sustituir esas maneras por las propias nuestras."
Jean Jacques Rousseau

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Lo mejor de todo lo que nos cuentas es la donde hablas de tener en cuenta a los niños como personas. Que lo son.

La pena es que a much@s de nosotr@s no nos han tratado como tales personas en esos años, y posiblemente no resulte facil evitar hacer lo mismo con lo que crecimos...

Escuchar, siempre escuchar lo que están expresando en lo que acostumbramos a llamar provocaciones... porque cuando mi hijo de 3 años empezó a asaltar la nevera de madrugada, "escuché" un "hambre" de mimos... que solucionó todo...

Es cuestión de ser personas y pensar que ellos tambien lo son, estoy convencida...

6/4/06, 3:33 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Hagas lo que hagas, siempre la cagas

19/10/06, 4:54 p.m.  

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