junio 30, 2006

Fiesta de fin de curso

Woooo!! Acabamos de celebrar la fiesta de fin de curso de nuestro gran tesoro. Destapo la cámara y descubro que no funciona… ¡no se ve nada, salvo un icono que indica que la batería está completa, que tenemos suficiente memoria y un histograma estúpido que confirma el negro absoluto del display! Por un momento añoro los carretes de fotos...

Madres y padres estamos apiñados como ovejitas en un microcorral, intentando no perder ni el más mínimo detalle de los pasos de baile de nuestros retoños, intentando captar hasta la más leve expresión del niño al dar los coreografiados saltitos, intentando, en definitiva, inmortalizar aquel mágico momento con el que después torturaremos a nuestra familia y amigos “mira qué mono, lo serio y concentrado que está, y lo gracioso con esos coloretes”.

Nuestra máquina de fotos NO funciona.

Observo a los demás progenitores. ¿A qué se debe, ahora, esa atención tan apasionada (“eh, tú, aparta d’alante, que todos tenemos derecho a ver”), ese deseo de recrearnos en cada fracción de sus movimientos (“¡tete!, así, así, levanta los bracitos”), cuando a menudo, en el parque, en casa, en un restaurante, les castigamos con nuestra vil indiferencia? ¿es que expresan algo diferente, es que son otros hijos?

Quizás sea la cámara. Creo que no. Ya me pasó el curso pasado. Ya entonces tuve la misma horrible sensación de circo, un deplorable espectáculo con los niños como atracción para los padres, ¿no podría ser al revés? como si fueran pobres bestias del zoológico… y a mí, qué le vamos a hacer, siempre me han deprimido los animales encerrados…



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