febrero 19, 2006

Hijo de gato caza ratón; hijo de pillo sale bribón.

El niño Getulio se pone a jugar con la lámpara de diseño veneciano. El padre le ríe la gracia. La madre se muestra algo incómoda. No siempre se tienen dos mil euros para ser sofisticados.

- No cariño, eso no es para jugar. Toma tu Furby...

Getulio lanza el juguete lejos de sí. Ocho de sus doce horas despierto se ve obligado a compartirlas con el dichoso parlanchín, y afortunadamente las nocturnas no pues el maldito es capaz de responder incluso a su respiración. La lámpara promete nuevas sensaciones. Brilla, se balancea y, sobre todo, consigue sacar de la atonía a sus padres, que no le pierden de vista.

- ¡Cariño! Que NO TO - QUES LA LÁM – PA - RA...

Guau. Parece que mami también se está divirtiendo. Mira cómo participa...

- ¡Pepe!, por el amor de Dios, haz algo, dile algo a tu hijo...

La lámpara no resiste el bamboleo y cae sobre el suelo haciéndose añicos.

- ¡Mierda! - exclama entre dientes la mujer - ¿Qué te dije, Getu, es que no me has oído? - añade casi arrancando el brazo del niño.

- ¡No grites al crío, o creerá que ésa es la manera de resolver los problemas! ¡y menos digas palabrotas delante suyo! ¿quieres que parezca un camionero? - replica el padre.

Getulio está encantado. Cientos de finos cristalitos riegan el suelo y unos hilitos metálicos sacan chispas entre la confusión.

- ¡GETUUUUU!

El chico experimenta el primer gran calambre de su vida. 220 voltios sin anestesia. Papá está convencido de que ha sido una buena manera de aprender. Mamá cree que hay otras formas menos dolorosas y más baratas. Ambos cubren a su retoño de besos mientras acarician sus pelos encrespados. Huele a quemado.


Muchos padres tenemos diferentes opiniones sobre la manera de actuar en una situación equivalente. Posiblemente si nos proporcionaran un prontuario junto a algunas pastillitas que administrar al infante lo seguiríamos al pie de la letra. El peso de la responsabilidad es mucho y la culpabilidad ante cualquier fatalidad, puede crecer proporcionalmente a la individualidad de nuestra decisión.



¿Por dónde empezar? Tal vez con preguntas...

  • ¿Es la anorexia un problema de la educación de los padres sobre sus hijos? ¿lo es la obesidad?
  • ¿Son las palabrotas un reflejo del vocabulario paterno?
  • ¿Provoca la separación de los padres un daño permanente en el desarrollo como adultos de sus hijos?
  • ¿Quiénes fueron los benditos padres “ejemplares” que inauguraron la moda de las playstation y similares que tanto obsesiona a todos los hijos del planeta, si la mayoría de nosotros declaramos no sin cierto rubor que no sabemos ni encenderlas?
  • ¿Podemos convertir a nuestros hijos en grandes lectores, músicos o deportistas si nos ven devorar libros, aporrear a menudo el piano y empezar el día corriendo unos kilómetros?


Retrocedamos unos pasos ante lo obvio: lo físico. Hay padres tan expeditivos en sus correctivos con sus hijos que acaban rompiéndoles algún hueso, dejándoles cicatrices de por vida. Lesiones emocionales también las hay. Parece más normal, sin embargo, que los verdaderos golpes vengan después, que el cincel se encuentre puertas afuera... ¿ese carácter del que tanto alardeamos o al que tanto culpamos de nuestras desdichas ha sido moldeado, es responsabilidad de nuestros progenitores?


Para terminar de molestar, hay quien disfruta aterrorizando a los padres indicándoles que cada uno de sus pequeños gestos puede tener fatales consecuencias sobre la actitud de sus hijos. Hay quien dice que determinados comportamientos marginales de la adolescencia se deben al modo en que fueron educados cuando bebés... A ese respecto, el libro “Los Hijos Tiranos. El Síndrome del Emperador” del profesor Vicente Garrido arranca en su capítulo introductorio con una pregunta tranquilizadora: “¿Es cierto que la violencia de los hijos hacia los padres es, ante todo, un exponente de la ineptitud de los padres como educadores?”


Mejor no decir aún qué es lo que contesta...


"Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los pequeños. Ahora tengo seis pequeños y ningún teoría."
Lord Rochester

febrero 13, 2006

Niño que No Llora, No Aprende. A propósito de "Duérmete Niño"

DE nació joven, podría decir que bastante más joven que la media de la gente. Nada más hacerlo, recorrió con sus grandes ojos negros el paritorio, frunció el ceño y arrugó la barbilla. Sufrí un gran susto, pues nadie me había prevenido sobre la coloración violácea que podía presentar. Además, su expresión no fue nada amable, casi diría que incluso hostil. Me reconozco majadero, pero podría jurarles que en este mágico instante aún no había tenido tiempo de demostrárselo. De hecho, mi actitud era más bien discreta, por no decir sumisa. Afortunadamente personal más experto que un servidor se encargó de limpiarlo y arroparlo, pues sobra decir que en aquel momento mi pulso no estaba para grandes filigranas.

DE no tardó en calmarse, cerrar los ojos y adoptar una expresión angelical. Mi agotamiento pareció desaparecer, que no es decir poco, especialmente tras dieciséis horas de tensión en el hospital, pasivo y torpe ante el sufrimiento de mi amor, habiendo ingerido apenas un par de cafés y un mini bocadillo de queso, con el móvil colapsado de inoportunas llamadas (todas, no hay excepciones) y el equipo médico entrando y saliendo sin apenas inmutarse. Sin duda, alguna fuga debía tener la oxitocina, pues entonces sentí un impresionante nuevo hálito.

Decido reconciliarme con el mundo. La gente es encantadora y las flores son el símbolo del milagro de la naturaleza.

Craso error.

No pasan más de cuarenta y ocho horas y recibimos un primer y amoroso consejo: “El niño va a coger frío así. ¡Qué irresponsables, cómo se nota que son primerizos!” “Disculpe señora, ¿nos conocemos?” Mis instintos agresivos recuperan sus privilegios y decido que el crimen tiene sus atenuantes.

Sólo fue el comienzo: “este niño tiene hambre, se le nota en que mueve la boca y, sobretodo, no para de llorar”, “no, lo que tiene el niño es sueño, me ha parecido ver un bostezo entre llanto y llanto”, “ni hablar, se trata de cólicos, lo sé porque grita igual que la cría de mi vecina”...

Así, en esta mi corta experiencia creo haber detectado dos importantes principios:

El primero se refiere al impresionante caudal de conocimientos que posee la más insospechada gente: “Todo el mundo sabe de bebés”. Tenemos a la disposición del lector múltiples datos que lo certifican, incluyendo el caso de aquel vecino que creíamos autista y que ahora parece que ha recibido un curso rápido para sonreír. Por cierto, lector, ¿qué sabe Vd. de bebés? No, mejor no me lo cuente, esperemos al corolario, que dice: “Todo el mundo opina sobre tu bebé, te conozca o no”. Sobra decir que tanta información cubre un amplio abanico de posiciones, a menudo contradictorias, por no decir surrealistas...

El segundo principio puede entenderse como fruto de la recogida de datos provenientes del primer principio: “La buena educación del bebé consiste en disponer de un arsenal de recursos, maneras o trucos, para acallar su llanto”. Como alumno aplicado citaré algunos ejemplos, que seguro les resultan familiares: enchufarle el chupete, biberón, dedo o lo que sea, mecerlo entonando algún cántico tribal, colocarlo boca abajo, colocarlo sentado, colocarlo boca arriba, colocarlo del lado izquierdo, colocarlo del lado equivocado, agitarlo hasta que parezca epiléptico, acunarlo invocando a Morfeo como único dios con sentido, proyectarle “2001: Una Odisea en el Espacio”, de Kubrick, especialmente la secuencia psicodélica de la versión larga, y el comodín por excelencia: amamantarlo, válido tanto si tiene hambre como frío, o sueño, o inquietud, ¿o miedo, dolor, ira, calor, ansiedad, acidez, vértigo, gases, curiosidad o, simplemente, un lapsus?

Pero las dudas no han hecho sino empezar, pues paradójicamente en este nuestro país plural, abierto y progresista, exhibir tal comodín en público tiene reminiscencias obscenas, o propias del “National Geographic” (de acuerdo con “La Vanguardia” en un artículo del pasado 27 y 28 de febrero, citando la agresión que sufrió una madre que fue descalificada por dar de comer a su niño en una autoescuela).

Embarazosa cuestión (casi nunca mejor dicho): ¿qué debemos hacer y a quién deberíamos pedir consejo para educar al niño?

La respuesta inmediata sería al profesional, al pediatra. Uno siempre puede llevarle a juicio si algo sale mal. Pero, ¿y si está obsesionado con publicar en el “Nature” una de sus investigaciones científicas, precisamente aquella donde pretende demostrar de forma estadística que acostar a los bebés colgados de los pies como murciélagos estimula el flujo sanguíneo en el cerebro y suaviza el trauma del abandono de la posición fetal?

También se cuenta con las suegras y con las madres, después de todo nosotros, sus hijos, somos los perfectos ejemplos de su saber hacer... ejem, descartado.

Está la parejita feliz de amigos que acaban de vivir la misma experiencia un par de meses antes: tienen las ideas frescas, se les ve igual de pardillos pero así y todo van superando las dificultades. Además, él y yo fuimos uña y carne durante la universidad, con ciertas juergas impresionantes... impresentables, de hecho, ahora recuerdo que a él le encantaban los chistes de pederastas. Busquemos otra alternativa.

Al final acabas optando por abordar a alguien por la calle al azar y preguntarle. Después de todo no tiene motivo alguno para aconsejarnos mal, ni para demostrar lo que sabe o presumir de experiencias... Nuestro candidato resultó ser un vendedor de libros. Ahora tenemos la estantería abarrotada de múltiples volúmenes como “Carta astral para bebés. Incluye aplicación informática para confeccionarla”, “Traumas infantiles derivados del color de sus muebles”, “Evite tener un niño mediocre: plan de entrenamiento para niños de dos a cinco meses”, etc...

Entre ellos cayó “Duérmete Niño”, del Dr. Estivill, libro al que se le puede insultar, ignorar, contradecir o, incluso, atender, pues pocas reacciones puede tener contra nosotros: no deja de ser inofensivos papel y tinta. No obstante muestra importantes puntos de reflexión que, si no directamente, nos pueden ayudar a resolver muchas de las dudas antes mencionadas. De hecho, aunque el libro tiene fama por su éxito resolviendo el hábito de dormir de los bebés, personalmente considero que lanza sugerencias que pueden extenderse a otros aspectos de la educación de los niños, como la posibilidad de enseñarles a comer con una pajita.

Veamos. Si tuviera que quedarme con tres de sus ideas, nombraría: rutina, tranquilidad y autosuficiencia.

Rutina: si el niño se adapta a unos horarios, su cuerpo y su mente se sincronizan con sus expectativas, y así le vendrá el hambre cuando suela comer y el sueño cuando suela dormir. En caso contrario será, básicamente, impredecible, y nos regalará sonrisas o llantos cuando menos lo esperemos.

Tranquilidad: el niño percibe el estado anímico de los padres, que influirá sobre el propio. Si los adultos están irritables, el bebé puede aguantarlo, porque les tiene cariño, pero a pesar de su tierna edad también tiene su paciencia.

Autosuficiencia: el niño debe saber que, aunque no nos vea, estamos bien. Es normal que al niño le preocupe dormir solo ¿cómo puede estar seguro de que sus progenitores estamos a salvo? Si el bebé se duerme porque le acunamos o damos el pecho, le cubrimos la cara con la mano o le llevamos de paseo por las calles de la ciudad, cuando se despierte en mitad de la noche y no nos encuentre se pensará que algo terrible nos ha ocurrido.

El título se ha ganado bastante buena fama entre un colectivo nada despreciable de padres desesperados por la inquietud de sus vástagos a la hora de dormir pero, sobretodo, por el milagroso cese de la intermitente murga que disfrutaban durante la noche y hasta el alba. Ha tenido un gran éxito de ventas y ha surgido también en versión de bolsillo y otra tipo “Guía rápida” que incluye un DVD, probablemente para padres teleadictos, o estresados o, simplemente, vagos.

El autor garantiza un 96 % de éxito y justifica el fracaso del 4 % restante tras una mala aplicación del método o problemas de tipo psicológico, incluyendo traumas como la separación de los padres o interferencias tipo gritos histéricos de madrugada.

Aún así, existen detractores que consideran su propuesta una salvajada, casi opuesta a la saludable crianza “a demanda” tanto de comida, como de mimos o sueño.

Simplificando las posiciones, mientras la propuesta del libro sería regular los hábitos del niño a golpe de reloj, aunque para ello haya que aguantar su llanto mediante una tabla de tiempos “razonables” de aguante de los gritos del bebé, la escuela instintiva predica que es el pequeño quien debe ser nuestro reloj, biorritmo y alarma.

Hay quien dice que tal filosofía conductista afecta al estado emocional del rey de la casa. Desgraciadamente por tratarse de un método tan reciente es difícil de prever las consecuencias que tendrá, quizás generando un nuevo tipo de psicópatas. También es posible que la dureza del método asuste a más de uno, haciéndole recordar cierta rigidez educacional del pasado.

Como experiencia personal, en nuestro caso decidimos no probar el método. Pese a nuestra clara tendencia sádica y nuestros deseos de iniciar al pequeño en tal filosofía cuanto antes, el método tiene el inconveniente de limitarse a no más de una semana, sin ofrecer pauta alguna para hacerlo extensivo durante más tiempo. Otra desventaja adicional es la insistencia del autor en la necesidad de coherencia por parte de ambos padres, sin conflictos ni versiones encontradas, mientras nosotros preferimos ofrecerle a nuestro bebé una educación basada en dos puntos de vista radicalmente opuestos, en aras de una mayor capacidad crítica.

Haciendo una reflexión más profunda, hemos decido evitar que llore, empleando un método bastante sofisticado, quizás demasiado cruel, pero la vida es dura. Cada día le dejamos acompañarnos viendo la televisión. No falla, se queda roque mientras además adquiere el bagaje necesario para imbuirse de las miserias humanas. Como sesiones prácticas, siempre lo tenemos a punto para el disfrute de esas visitas oportunas, que nos libran del yugo de esos horarios dictatoriales “qué mono, a ver si me sonríe, déjame acariciarlo, provocarle una carcajada, comprobar que el juguete es interactivo”. De esta manera dormimos satisfechos sabiendo que estamos estimulando al niño a que se exprese.

Como apuntes finales y mirando al futuro, ¿por qué tanta obsesión con la tranquilidad, serenidad y el equilibrio emocional, si lo que está de moda, lo que vende, son actitudes neuróticas, desequilibradas, fanfarronas, los célebres quince minutos de fama a los que todo el mundo aspira? Y mientras estamos con todas estas cavilaciones, él sigue creciendo. El día menos pensado nos viene con su pareja para anunciarnos que ha decidido dejar de vivir con nosotros, con lo que acaba echándonos de la casa...

Lo cierto es que de momento, para bien o para mal, DE apenas practica el lloro, se ajusta como un reloj a nuestros caóticos horarios y podemos seguir viendo nuestros programas favoritos sin interrupción. Quizás sea un buen momento para exigirle nuevas responsabilidades, como que cambie un poco su repertorio de monadas, que ya cansa tanta sonrisita boba, aunque tampoco hay que ser impaciente. Se lo comunicaremos el próximo catorce, cuando cumpla su cuarto mes...

Sobra decir que el autor se responsabiliza plenamente de todos los comentarios vertidos en esta opinión, pues cada madre o padre tiene perfecto derecho a delegar sus responsabilidades en cualquier moda, libro o gansada varia. Si desean más información sobre elogios hacia el título comentado o crítica que lo descalifica, pueden visitarse, por ejemplo, los siguientes enlaces:
"Cuando el niño no quiere dormir", "El sueño infantil" o "Crítica al libro "Duérmete, niño" del Dr. Estivill".

febrero 12, 2006

¿Educar niños o ser educados por los niños?

Por todos es conocido el gran saber popular referente al fútbol y a la política, donde basta haber asistido a un partido o votado en unas elecciones para conseguir derecho de cátedra. Sobra decir que los conocimientos, experiencias o formación que se tenga en dichas materias es absolutamente irrelevante respecto a la vehemencia o extensión de la argumentación empleada.

Existe al menos un tercer tema que también levanta pasiones encontradas entre la población, donde resulta difícil encontrar persona alguna que se ahorre sus pensamientos al respecto y para el que los estudios realizados, la documentación existente o la formación de que se disponga es pura anécdota: la educación de los niños.

Todo el mundo está dispuesto a opinar. Resulta muy ameno especular sobre diferentes métodos educativos y el papel de las instituciones para frenar la osadía de los nuevos infantes, sobre los escandalosos monstruos que están surgiendo fruto de padres pusilánimes que no saben cómo encauzarlos por el buen camino. Se discute sobre su alimentación, sobre cómo deben vestir, cómo dormir o qué hacer cuando dicen su primer taco, si filmarlo para el recuerdo o lavarle la boca con jabón... eso sí, un jabón aséptico específicamente comercializado para ese propósito, que somos padres modernos.

Afortunadamente no es frecuente que los padres participemos en tales discusiones. Como nos sobra el tiempo, preferimos dedicarlo a escuchar atentamente lo que nos dice la familia (madres, padres, suegras, suegros, hermanas, hermanos, cuñadas, cuñados, abuelas, abuelos, tías, tíos, primas, primos, sobrinas, sobrinos, y demás figuras políticas y no tan políticas, incluso el perro parece ladrar con más insistencia), las amistades, casi tan deseosas como tú por probar qué es eso de ver crecer a una criaturita tan angelical, pero desde la barrera, digo, desde la barra del bar y, finalmente, cualquiera que se te cruce en el camino, ya sea en el supermercado, en la farmacia, en la delegación de hacienda (¿se ponen, por fin, en contexto?) o esperando un semáforo. Menos mal que tan variada gama de consejos nos permite tener siempre al niño correctamente arropado, detectar cuándo tiene sueño o hambre, e incluso cuándo requiere un cambio de pañales.

El problema, ¡ay! es que no siempre hay consenso. ¿A quién debe hacerse caso entonces? Porque cuando el niño huele mal, es fácil aprender lo que corresponde hacer, pero cuando llora, cuando se queja, cuando protesta, cuando muerde, cuando golpea, ¿cómo hay que reaccionar?

Hay quien dice que según qué cosas les hagamos, podríamos estar condenando a nuestros hijos a la desdicha y la infelicidad eterna, y que tal condicionamiento puede germinar desde que son bebés.

Sin ir más lejos, la célebre escritora Lucía Etxebarria se suma la pléyade de autores que aporta sus conocimientos sobre los niños. Aunque sus escritos me producen una irregular satisfacción, merece la pena destacar sus últimas contribuciones en el “magazine” de “La Vanguardia (domingo 12 de febrero de 2006)” donde expone su enérgica postura contra el cachete al niño. Habla de Savater, Marías y Mendoza como defensores de tal medida coercitiva, haciendo alusión a su inexperiencia como padres. Frío, frío. Lo compara con la agresión contra las mujeres. Caliente, caliente. No creo que le cueste encontrar famosos con uno o muchos hijos que practiquen el azote creyéndose no sólo autorizados para ello, sino incluso orgullosos. Me resulta más difícil que localice celebridades que quieran reconocer que golpean a mujeres por mucho que, como bien sabemos, sigan existiendo.

Además de la Sra. Etxebarría, existe otra sería de profesionales que también exponen sus ideas sobre cómo tratar a los niños. Entre tanta gente como vive en nuestras ciudades de hoy en día, no es difícil encontrar médicos que han atendido a miles de niños, y que saben lo que es mejor para nuestras criaturas. Sus estadísticas así lo afirman, y las excepciones son cuidadosamente documentadas para colmar la curiosidad y admiración de los colegas.

Con su permiso, citaré cuatro que me han llamado particularmente la atención, los dos primeros por ser los más conocidos entre mis cercanos, y los otros dos a los que accedí de forma más accidental, y que creo más desconocidos, lo cual me parece una lástima, pues me han resultado mucho más interesantes:

Empiezo con el célebre Dr. Estivill, cuyo libro “Duérmete, Niño”, suele recomendarse como el milagro para las causas perdidas, aquellas en que el niño parece disponer de mucha más energía que su madre y padre juntos, especialmente a la hora de irse a dormir. El libro presenta de forma divulgativa los resultados de los estudios del Dr. Estivill y su equipo, cuyas bases pueden encontrarse en “Insomnio Infantil por Hábitos Incorrectos”. El trabajo puede sintetizarse en que los niños requieren hábitos para dormir, y que el proceso debe lograrse de forma autónoma y en la propia cama, sin la ayuda de complementos de los que luego carezca si llega a despertarse por la noche. Tal premisa implica que no son los padres quienes deben dormir a bebé, ni ofrecerle la mano o llevarlos a pasear con el coche a la espera de un balanceo que les facilite el sueño. Estos principios han sido glorificados por muchos, que se han visto renacer al poder volver a dormir decentemente tras muchas noches de insomnio, de irritación, incluso de crisis con su pareja. No hablamos de semanas, ni meses, ya que este tipo de problema puede llegar a prolongarse hasta los tres o cuatro años de edad. Con todo, el método ha sido duramente criticado por fomentar el simple conductismo, como si los bebés fueran monos a adiestrar mediante descargas, no eléctricas, pero sí de indiferencia. Una de las páginas que más abiertamente lo critican es la “Asociación Primal”.

El segundo autor es el también célebre Carlos González, autor del libro “Bésame Mucho”. Ha sido señalado por muchos como una alternativa seria y profesional a la filosofía del Dr. Estivill. Posiblemente el logro más importante del autor sea el de mostrarnos al niño como un igual, el de quitarnos las orejeras de “adultos” y ofrecernos la mirada y los sentimientos del bebé, el de pedirnos, ni más ni menos, que tratemos a nuestros niños como deseamos ser tratados. Algunos de sus detractores, por otra parte, alegan que no siempre con paciencia se pueden pagar las facturas, ni durmiendo a intervalos de tres horas se puede mantener el trabajo, siempre que el niño permita que los padres se vayan a trabajar...

Al final de tanta lectura, muchas de las preguntas subsisten: si el niño no quiere dormir, ¿qué debo hacer?, si no quiere quedarse en la guardería ¿cómo lo razono?, si no desea ir de la mano, ¿hay que atársela a tu muñeca?, ¿y si no quiere comer?, ¿y si empieza a dar vueltas sobre sí mismo tirándolo todo?

Parece que las cosas se complican... Tenemos un destructor en casa.

“Tienes que hacer caso de papá, no seas niño malo” - dice la señora mientras le toma el cachete.

Entonces lo veo claro. Para empezar, trátele de usted, señora, que si el niño le cogiera su cachete, usted no dudaría en llamarle la atención. Un respeto, por favor.

Los otros dos autores son Boris Cyrulnik y Judith Rich Harris. El primero “es neurólogo, psiquiatra y psicoanalista y uno de los fundadores de la etología humana”. Autor de multitud de libros que tratan el desarrollo de la personalidad humana, y las consecuencias de nuestras vivencias en la infancia sobre nuestra vida adulta. Mencionaré “Los patitos feos: una infancia infeliz no determina la vida” que con el título ya lo dice todo, aunque en el enlace pueden encontrar algunas reflexiones que me produjo en su momento, además de la mucha información que se encuentre por la web. La segunda autora ha publicado “El mito de la Educación”, un revolucionario texto que cuestiona una gran cantidad de trabajos recientes relacionados con la influencia de los padres sobre sus hijos. Este trabajo es una extensión de un artículo de la propia autora, probablemente preparado con un carácter más divulgativo, lo cual se agradece pues se basa en una cantidad ingente de fuentes. En el prólogo del libro la autora cita el principio de su artículo que dice:
"¿Tienen los padres algún efecto importante a largo plazo sobre el desarrollo de la personalidad de sus hijos? Este artículo examina las pruebas y llega a la conclusión de que la respuesta es no.”

Parece que la hemos vuelto a liar. De nuevo dos visiones aparentemente contrapuestas. Quizás no tanto. Quizás no baste con leer el resumen de los libros y merezca la pena profundizar en su contenido. Para ser justos, ya que les he dejado un enlace a mi opinión sobre el libro de Cyrunik, también prometo adjuntarles algunos apuntes que me he hecho sobre Harris. Espero que tengamos suficiente material que masticar... de hecho, para mí es una certeza.

¿Qué esperaban? ¿que les diera la solución a sus discusiones de café? Pues me temo que no pienso cargar con esa responsabilidad...

"La infancia tiene sus maneras peculiares de ver, pensar y sentir, y nada hay tan fuera de razón como pretender sustituir esas maneras por las propias nuestras."
Jean Jacques Rousseau



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